by FannyMoran | Dic 6, 2023 | Cuentos/Minificciones
Por Aída M. Zúñiga
Fue el último diciembre contigo, un año previo a tu partida. Íbamos muy entusiasmados y contentos en el tradicional paseo que nos reunía, cada temporada, para ir al Bosque de los árboles de Navidad. Era nuestra época favorita, que iniciaba precisamente con ese habitual recorrido familiar.
Ya te sofocabas al caminar y no podías hacer grandes esfuerzos, por lo cual, me ofrecí a quedarme contigo al pie de la pequeña colina, mientras los demás corrían festivos por el sendero de pinos en busca del más grande, el más “esponjado”, el más brillante, el más oloroso, el que tuviera catarinas. Vimos cómo se perdían jubilosos entre las abundantes copas verdes, aunque la alegría de mi corazón contrastaba con el silencioso dolor en el tuyo porque ya sospechabas tu desenlace. El nieto más pequeño de la familia aún no caminaba, pero emocionado señalaba un árbol u otro, carcajeándose en los brazos de su padre.
—¡Míralo va bien contento! —exclamé risueña—. ¡El próximo año irá corriendo atrás de todos!
—Sí…pero el próximo año ya no voy a verlo- respondiste seria, melancólica, segura. Intuí a qué te referías, mis latidos se encogieron y me llené de este frío que no me abandona desde entonces.
No volví a sonreír desde el fondo de mi corazón, porque mi alma angustiada se quedó ahí, aferrada a la tuya, como para no dejarla escapar.
El grupo regresó y nos halló silenciosas, ocupadas en profundas reflexiones. Sin percatarse del drama que se cernía sobre el clan, ataron los árboles en los toldos de los carros y seguimos al mercado de artesanías, luego a comer. Nosotras convivimos con todos fingiendo que no existió ese breve momento de revelación, aunque nuestras risas eran huecas, falsas; máscaras de carnaval que ocultaban con éxito la zozobra interior.
De regreso a casa ellos parloteaban o se carcajeaban con las anécdotas de la excursión, mientras yo languidecía en el océano de lo inevitable… y tú canturreabas, como si nada, tu villancico favorito: “¡Pero mira cómo beben los peces en el río, pero mira cómo beben por ver al Dios nacido!”.
Después de Navidad, el cáncer nos tomó por sorpresa, invadió la mitad de tu cuerpo a una velocidad apabullante, sin darnos tiempo de concebir, de asimilar, que ese “monstruo”, como le llamabas, había burlado el control médico arremetiendo sin misericordia contra tus entrañas, los pulmones, los huesos y hasta el cerebro.
En cuestión de días la vida se convirtió en una pesadilla, arrojando un manto de espadas sobre nuestros hombros. ¡Maldita enfermedad que extinguía tu flama, llenándonos de vacío y oscuridad, sin lugar para el consuelo ni la resignación!
Difícil de aceptar que ya no compartirías conmigo los próximos sucesos “importantes” de la vida. Los cumpleaños de mis hijos, sus primeras comuniones, los conflictos de la adolescencia, el ingreso a la prepa y la graduación de la universidad… tantos planes segados por la guadaña mortal.
La muerte se echaba sobre ti reclamando sus dominios, sin prisa. Aspiraba tu aliento sigilosa, ávida, inexorable; tus ojos sin brillo, como espejo desgastado, no reflejaban dolor, ilusión o pena. Tu rostro siempre alegre y amable, degeneró en una mueca amarga, sin ánimos para fingir bienestar, esperanza o conformidad. A veces aletargada y, otras, enojada con la vida, con Dios, con tus semejantes, por las cosas que ya no podías hacer y por las que ya no llegarías a ver.
El deterioro de tu cuerpo fue vertiginoso, el semblante cenizo, los pómulos afilados, los ojos sumidos, y esa rara apariencia que adquiere la pupila de los moribundos, como un lago inmóvil, que al no fluir sus aguas se estancan, se vuelven turbias, opacas. Dejaste de luchar, por fin aceptaste, sin más, que debías entregarte al misterio absoluto de abandonar el ser.
El día que partiste amaneció brumoso, con una ligera llovizna, como suelen ser las mañanas de noviembre. Me miraste con una expresión de niña, un poco asustada, un poco triste, un poco desolada. Luego te serenaste, dirigiste los ojos al infinito y te dejaste ir, como una suave brisa de verano.
Lloré silenciosa por largo rato, encogida en un rincón, como chiquilla abandonada, sin consuelo. Hasta que de lejos, en un susurro, me llegó tu dulce voz entonando ese villancico y recordé nuestro último paseo juntas, nuestro último árbol de Navidad y tu felicidad, a pesar de todo. Supe que seguirías conmigo, en todo momento, cada día, cada año, por toda la eternidad… mi adorada mamá.
by FannyMoran | Dic 5, 2023 | Cuentos/Minificciones
Por Cecilia Santillán
Por la mañana cuando abrí los ojos, la luz entró como un manto blanco sobre mi rostro; me lastimó y me tapé con el dorso de la mano. Me imaginé mi brazo quemado como el de un taxista, pensé en una manga cubriéndolo después del tueste del sol y a mí con la vergüenza de tener que usarla.
Me puse de pie, fui a la cocina a preparar el desayuno para Mario y para mí. Antes le di un beso, pero seguía dormido; siempre le gustó levantarse tarde, por ahí del medio día o más, aun en los días de trabajo. Decidí hacer huevo a la mexicana, puse aceite, cebolla, un poco de ajo, sal y jitomate. Cuando me giré para tomar los cuadros de verdura, el cuchillo brilló. Los pedazos rojos le daban un aire asesino; me quedé pensando.
Hay una historia en Dostoyevski que habla del asesinato de una anciana a manos de un estudiante armado con un hacha. Hay una anécdota que contaba mi tía abuela sobre un yonqui adinerado que mató a sus abuelos a hachazos, sólo para adelantarse la herencia. Siempre me ha impactado la similitud y, al mismo tiempo, oposición de ambas narrativas. La realidad supera la ficción. Y el cuchillo estaba ahí, frente a mí, evocando tragedias como el filo de un abismo, con un aire de película y música de Bernard Herrmann.
Me vino a la mente una escena de Freddy Krueger, donde un personaje se corta las venas y éstas se elevan hacia el cielo como las cuerdas de una marioneta. Hay muchas formas de morir, algunas implican asesinato o suicidio, la línea puede ser delgada y a veces todo depende de un desliz infame de interpretación.
Aquel día iniciábamos nuestras vacaciones en casa de la familia de Mario; era la primera vez que yo iba a pasar las fiestas con su gente. Estaba nerviosa; el crujido constante de mis dedos era prueba irrefutable, pero también estaba contenta. Tenía mis dudas sobre si nuestra relación iba en serio, pero este gesto las disipaba por completo. Al fin, había llegado el día. Y es que una siempre quiere conocer el origen del vato del que se enamora; una, enculada, puede querer saberlo todo y temer al fin saberlo, diría Villaurrutia.
En ese tiempo, yo creía sin saberlo, que iba a encontrar al hombre con el que me iba a casar, y ése era cada uno de los novios con los que empezaba una relación; así de “en serio” me tomaba a los vatitos. Siempre me tocaron weyes intensos, raros, que se morían por mí y así. Una llega a los pensamientos importantes casi siempre fuera de tiempo.
Aquella vez con sus parientes pasamos un día amoroso, su familia era agradable, chistosa, amable; me sentí en confianza de inmediato. La tarde se nos fue comiendo, charlando y pegando risas. Luego la tía Carmen propuso ir al temazcal, para recibir la Navidad con “una limpia”, sólo las mujeres presentes nos entusiasmamos de inmediato, cada una corrió a preparar su traje y nos fuimos en el auto. No estaba a más de 10 minutos de distancia.
Nos recibió una mujer con el cabello alborotado y los brazos extendidos, nos indicó dónde estaban los vestidores y, en pocos minutos, nos acomodó a todas en la panza de la tierra. Adentro, todo estaba oscuro. Al inicio se vió un rojo brillante cruzando las piedras calientes, pero a los pocos segundos se extinguió. Quedamos en medio de un sonido de caracol que me hizo estremecer y me aceleró el corazón. La chamana comenzó a tocar un pequeño tambor y cantó: “Centro de la Tierra está caliente… fiesta en la casa de mamá…”
Grrrruuuuaaau! Grrrruuuuuaaau! sonó una ocarina simulando un jaguar furioso. Cantamos, reímos, lloramos, nos abrazamos. Se abrieron bocas como llagas. Hablaron de muertos —creo que se trataba de la abuela- hablaron del dolor, de la culpa, de algo que durante años fue tabú y se lo tragaron con la urgencia de la vida. Tras eso hubo lágrimas descaradas, desinhibidas por la penumbra. Y en esa confianza, me animé a decir que me sentía honrada y emocionada porque estaba conociendo a mi nueva familia; lo tomaron de manera afectuosa. Finalmente, volvimos a cenar a la casa de la tía Carmen, aún como envueltas en una placenta de barro tibio.
Cuando entramos a la casa, uno de los tíos dijo:
-¡Ah, chinga! Traen hasta la cara resplandeciente.
Nosotras reímos y una de las primas respondió:
-Pues es que nos fuimos curar.
La mesa estaba puesta de manteles verdes; sobre ella un camino con nochebuenas parecía darnos la bienvenida. Los platos eran dorados y blancos, había romeritos, bacalao, pavo, pastel y ensalada de manzana. En el ambiente se respiraba un aroma a naranja caliente, la música sonaba y Juanello cantaba a todo pulmón: “Ay, pero dime por quéeeee… no me esperaste?”
No recuerdo ya los nombres de toda la familia, pero estaban distribuidos en ambos lados de la mesa. Reían, bromeaban. En cuanto entré por la puerta me di cuenta de que Mario tenía la cara roja por el alcohol y fruncía el ceño, me acerqué con una sonrisa y lo besé en los labios.
-Vamos allá abajo- me dijo. Y se levantó de la silla.
Fuimos hacia la entrada, lejos de su familia, bajo un árbol de nuez que hacía todavía más negra la noche.
-¿Estás muy contenta?- me dijo.
-Sí, me la pasé muy bien. ¿Pero qué pasa?
-Se me hace raro que quisieras ir sola.
-Pues es tu familia.
En ese momento, vi acercarse a Ramiro, el esposo de la tía Carmen. Mario me tomó del brazo y me llevó de nuevo a la casa.
Ya en el comedor, él seguía bebiendo. Luego de un par de tragos, me invitó a la cocina. Una vez ahí, la panza de un cordero reventó. Me asusté, me sentí ridícula y no pude moverme. La imagen de un cuchillo rasgando el vientre se apoderó de mí, vi las tripas del animal, su sangre caer en borbotones, sus ojos implorando la muerte. Mientras yo no salía de mi aturdimiento, el tío Ramiro ya estaba detrás de Mario para pedirle que saliera. Las piernas se me hicieron hilos. Ramiro de inmediato se dio cuenta y se llevó a su sobrino del brazo.
En algún movimiento que yo no distinguí, dio aviso a la tía Cármen, que entró con premura a sacarme de ahí para meterme en su recámara. Una vez dentro me preguntó si estaba bien, si su sobrino me había hecho algo. Yo negué con la cabeza, porque sentía un vacío inmenso en el vientre que me entorpecía, pero no pude evitar decir:
-Tenía un cuchillo.
Ella salió corriendo. Probablemente con esas palabras vio lo mismo que yo. Nunca supe bien qué pasó, no logré distinguir las voces. Prendí la tele y unas campanas anunciaban las doce de la noche, subí todo el volumen para no escuchar mi propio pensamiento. Enseguida entró otra prima, de la que no recuerdo el nombre, pero se quedó hasta el día siguiente conmigo. Toda la noche la pasé abrazándome la panza, hasta que el sueño me venció. Al otro día, Mario ya no estaba en la casa. Me preguntaron qué quería hacer. Yo sólo quería volver a mi departamento, cambiar las chapas y tirar todos los cuchillos. Pero vacié mi bolsa y no estaba la cartera.
No podía pensar bien. En mi mente se hacían bucles de humo. Me ofrecieron llevarme a la terminal de camiones y pagarme el pasaje. Accedí sin más complicaciones, necesitaba llegar a mi cama, juntar las rodillas al pecho debajo de una cobija. De camino, me contaron varias historias de terror: Piedras gigantes que cayeron encima de conejos, perros que atacaron a sus dueños mientras estos los alimentaban… Me dejaron a la entrada de la estación, me llenaron de abrazos y bendiciones. El ruido de los autos era notable, un claxon desesperado exigía movimiento. Finalmente me compraron un boleto a la Ciudad de México y me dijeron:
-Esperamos de todo corazón no volverte a ver.
by FannyMoran | Dic 4, 2023 | Uncategorized
Por Carmen Macedo Odilón
Cuando las personas cantan esta melodía invernal sonríen como bobos, adornan con esferas de colores chillantes y luces intermitentes el cadáver de un pobre árbol. Otros presumen lo buena gente que son como para que un señor vestido de rojo venga y les dé regalos tanto a ellos como a sus hijos. Vivo en un mundo donde se puede ser una mierda 364 días, pero en el que veinticuatro horas son suficientes para amar, perdonar y arrepentirse del pecado previo. Por eso y muchas cosas más… la Navidad apesta.
La víspera que marcó para mí esa fecha maldita, pasé el día entero encerrada en casa con mi madre mientras la escuchaba decir: “vamos a preparar la cena”, “hay que comprar los regalos” y “poner la casa bonita”. Dado que comprar es sinónimo de amor, fuimos a Walmart desde temprano por lo regalos para los sobrinos, después a La esperanza para recoger el pavo horneado y por último al mercado por las frutas y verduras, pedimos tejocotes extra para el ponche, a sabiendas de que más tarde irían a la basura al fondo de los vasos desechables.
Tras volver, mi madre me preguntó cuál suéter debía usar para la cena, si el de muñeco de nieve o el de la Señora Claus, también pidió que me asegurara de que cada invitado tuviera un gorro rojo de fieltro. Por la noche, mi padre estuvo orgulloso de haber instalado astas de reno y una nariz roja en su camioneta.
—Esta velada deja lo Grinch en tu cabeza, Leslie, te hace falta paz y amor de familia —dijo mientras yo cortaba papas y zanahorias.
—Esta noche preferiría… trabajar en mi tesis en vez de estar aquí como sirvienta.
—Óyeme, se dice trabajadora del hogar, y doña Luchita también tiene derecho de estar con los suyos. No sabes, ya le armé una paca con unas blusas que ya no me quedan y algunas alhajas que nunca usé.
—Óyeme, ma’, mejor le hubieras dado dinero, que a todos nos hace falta en vez de que nos regalen lo que ya no les sirve.
Previo al día nefasto, tuvimos que hacer un intercambio de regalos en la oficina. Y yo de mensa, pensé que por trabajar en la Secretaría de Educación Pública habría un ambiente laico, donde nos dejaríamos de esos eventos sociales de compromiso, pero no. Se acordó un tema, el monto mínimo y se creó una tabla donde se registraba quién entregar el obsequio: la mejor expresión de un regalo desinteresado, secreto y de libre elección. En aquel momento, trabajaba en el mismo departamento que mi novio, Guillermo. Teníamos dos meses de andar y estábamos bajo el embrujo del amor recién estrenado. Cruzamos los dedos para que nuestros papelitos fueran los vehículos de la suerte, porque en mi cabeza no cabía la idea de darle un presente a otra persona teniendo frente a mí el objeto de mi aprecio.
Pero qué es la suerte, que llueva el día que olvidaste el paraguas, que vaya lento el metro cuando tienes más prisa o que justo cuando estás estrenando un anillo o pulsera, se te pierda por no estar acostumbrada a su presencia. Al menos, esa es la única suerte que conocía y esa vez, fue lo mismo para Guille. Mi pareja de intercambio fue mi archienemiga del área, Karly (no Karla) con quien chocaba como polos iguales de un imán debido a nuestras similitudes: proveníamos de la misma carrera, teníamos la misma edad y nacimos en el mismo mes, pero ella, a diferencia mía, se vanagloriaba de estar a nada de conseguir su título, mientras que yo seguía dando vueltas al tema de mi tesis. Eso, en automático, nos convirtió en mujeres totalmente distintas, además de otras nimiedades como: ella con lentes de diseñador, yo vista 20/20; ella delgada, yo no tanto; ella soltera, pero con pegue; y yo, con novio, aunque de media tabla. Yo, mustia pero amable, ella dura y directa.
En dos meses intercambiamos palabras quizá ocho veces y ahora ella tenía que pensar y gastar dinero en mí, lo que me resultó perturbador. Tendría que agradecerle el detalle y abrazarla sin importar que nos odiáramos. Quise cambiar lugar con Guille, quien le daría un regalo a la chica que estaba haciendo su servicio social, y ella, a su vez le tocó él. Eso también se llama suerte. Mi novio y yo fuimos por los regalos al centro de Coyoacán para curiosear en las artesanías. Luego de compartir un elote, Guille, un tanto tímido, preguntó por nuestros planes para Navidad, dijo que él pasaba Nochebuena en casa, porque lo obligaban. Normalmente, mi familia compraba la cena ya hecha y comíamos con alguna película de temporada como fondo para no platicar. Mi papá y hermanos en pijama, mi mamá, tras dejarnos satisfechos, se iba con sus amigas a una cena de verdad.
—Bueno sí, Leslie, esas son las navidades en casa, pero yo hablaba de NUESTRA navidad —sus mejillas encendidas y la voz profunda y cachonda de su alma me puso a soñar.
Suerte es que esa primera Nochebuena en la que tenía trabajo y novio, mi mamá cambiara la fiesta con las amigas por una cena grande en casa, que invitara a los primos y sobrinos, que yo fuera su brazo derecho para cocinar en vez de escaparme en una noche ideal para mi primera vez con mi novio.
El día del intercambio, el jefe nos brindó un discurso lleno de cordialidad y empezamos con la entrega de regalos. Ferreros de todos para todos, a alguien se le cayó su taza justo cuando posó para la foto, otro se olvidó de quitar el precio, algún presente se veía reciclado. Después de eso bajó la efusividad, Karly y yo aprovechamos para abrazarnos a la distancia, lanzar un beso al aire y un “gracias” que apenas si se escuchó. Cada regalo fue guardado bajo el mostrador de trabajo e ignorado por el resto del día. Incluso, luego de las vacaciones, ciertas tazas siguieron ahí. Al final de la jornada, todos los trabajadores fuimos reunidos para el brindis de cierre ante el inicio de las vacaciones de invierno, la semana más feliz de nuestras vidas. Con medio vaso de refresco, repetimos a coro, “felices fiestas”, donde el abrazo fue obligatorio. Karly, apenas me rozó con sus uñas de gelish recién puestas, yo le di palmaditas en la espalda como se acaricia a un perro del que se desconoce si muerde o no.
—Veámonos mañana, cuando todos estén crudos o abriendo los regalos con los niños. Leslie, yo quiero que esta Navidad pasemos al siguiente nivel.
Nos llenamos los oídos de cursilerías, al fin me dejé invadir por el espíritu de unión, de unión cuerpo a cuerpo con Guillermo.
En casa, apoyé con la cena, envolví los regalos para los sobrinos y le ayudé a mi mamá a hacer galletas, pero cada tanda se quemó y tuvimos que comprar un Surtido rico.
—Ora, tú, ¿traes algo entre manos? Nunca te había visto tan servicial, mija.
—Mañana voy a salir, ma’.
Ella soltó una risilla molesta mientras asentía con la cabeza.
—Ya decía yo que no era la tesis lo que te tiene así de sumisa, cuídate, y acuérdate que sin globos no hay fiesta.
—Ay, ma’ no manches, estamos cocinando. Pero ya sé.
No iba a quebrarme la cabeza con una velada romántica llena de lujos en medio de un viaje que Guillermo y yo pagaríamos a plazos. Pero al menos, invertí mi aguinaldo en algo útil: calzones rojos, satinados, baby doll de animal print, más un ahorrado para el hotel por si Guille quería que nos quedáramos otra noche. Y obvio, tenía que ser un lugar bueno, no esos donde se paga por hora.
—No deberíamos avergonzarnos por nuestras pasiones, Leslie. Lo que busco en una mujer es que me permita ser libre. Un espacio de amor donde hagamos realidad nuestros más hondos deseos, incluso los que nunca pudimos expresar con palabras.
—Tendremos una blanca navidad —respondí.
Elevé mi cara al cielo como si sobre mí cayera nieve invisible, me mojé los labios y cerré los ojos por la pena de ese sentimentalismo que me negaba a seguir exhibiendo ante él, cuando siempre me habían sido indiferentes las fiestas decembrinas. ¿Cómo sería la nieve en un país donde todo el año parece verano? Guille me besó como si quisiera comerse mi cara y sus caricias atentaban contra la resistencia de los botones de mi blusa. Atrás había quedado su pesar por haber discutido en casa por preferirme a su familia, ante el comienzo de algo más en nuestra relación.
Detuvimos los besos y fuimos a comer para guardar energías para lo que viniera.
—Es que te juro que no entiendo a mi familia, Leslie, incluso mi mamá se puso a llorar porque la decepcioné como hijo. Por un día que no celebré en familia, ¿puedes creerlo? Tanto escándalo porque me atreví a decir no. Por eso me urge salir de ahí, independizarnos.
No dijo “independizarme”.
A las siete de la noche entramos al cuarto, cerré las ventanas y por accidente rompí una esfera que ya no pudo sostenerse de la tela, encendimos la tele que sintonizaba porno.
A la mitad del faje sonó su celular. Atendió dejándome con la blusa a medio abrir. Era su mamá quien “esperaba” que Guille tuviera una “bonita navidad” lejos de casa y su familia por veintitantos años, donde “seguramente” lo valoraría más “esa mujer” a quién apenas conocía un par de meses.
—Cuelga, Guille, qué no mame.
Del otro lado del altavoz oí como lo llamaba ingrato, mal hijo y egoísta. Sus berridos llegaban a toda la habitación, pero mi novio no se movió, escuchó las recriminaciones con gesto enfadado, a la espera del momento para contestarle, mas no lo hizo.
—Cuelga, Guille, o yo le cuelgo.
Dijo que sí era todo lo que ella decía y que al menos no estaba allá para tener que verles la cara. Tras eso se cortó la llamada, pero Guille siempre me había dicho que después de la tormenta venía la calma, con disculpas y más llanto.
Trató de volver conmigo, pero ya nos habíamos enfriado. Nos recostamos y le pedí que tuviera fuerza, porque pronto podría independizarse para que ya no lo trataran como un niño. Respondió con una caricia desde mi rodilla que avanzó hasta perderse bajo la falda. Sus ojos lucían llenos de hambre de mí y mi sonrisa era enorme, las manos tocaron territorio desconocido para ambos. Guille era delgado, pero sabroso al tacto y él masajeó mis lonjitas encantado por la suavidad. Volvió a sonar el teléfono, dijo que no lo tomaría en serio, pero el timbre era insoportable. De nuevo se apartó con el aparato en la mano, me hizo un gesto para indicarme que venía la hora de las disculpas, y vaya que tendrían que ser buenas por no dejarnos en paz. Pero esta vez era su padre.
“Ni te molestes en regresar a la casa, desgraciado, a ver si esa puta te mantiene”
—Pinche viejo, Guille, mándalo a la chingada.
Pero mi novio solo reflejaba las ofensas en su rostro. Me levanté de la cama, dispuesta a quitarle el celular, entonces la voz cambió, era su hermana.
“Ay, manito, es que ahora sí se enojaron gacho, mi papá se agarró el Bacardí y mi mamá pues…”
—Tú no te metas, pendeja, esto es entre mis papás y yo. Ya me acostumbré a que me escupan en la cara, y claro, luego vienes tú, que eres su hija perfecta. No, ni te hagas la que sufre por mí, te puedes ir a la chingada, como dice Leslie, con todos ellos.
Colgó.
—No mames, Guille, si tu hermana no te dijo nada malo, para qué te desquitas con ella, qué poca.
A él le temblaban las manos y yo para disimular el silencio me dediqué a empujar bajo la cama los pedazos de la esfera, con tal de que no nos la fueran a cobrar. Guille se me arrojó encima, pero su familia ya me había matado el romance. Entre sus caricias salvajes le dije que mejor nos esperáramos otro rato o nos fuéramos, pero él se desnudó frente a mí y estaba más firme que nunca en seguir con aquello que habíamos acordado. Imaginé más llamadas cargadas de gritos y voces llorosas, pero cuando volví en mí, ya me había despojado hasta de la pena.
—He querido darte tu regalo desde que te vi, Leslie.
Y no tuvo que agregar más.
A la mitad de la faena, comprobé que hay quienes se calientan por el coraje. Guille chorreaba sudor, sostenía mis piernas en sus hombros y yo me aferraba a las sábanas tanteando para que no me tronara la espalda por la emoción. Sus gruñidos me hicieron ver que estaba cerca de acabar, entonces se apartó de mí y con el gesto apretado, más un hilo de voz que incrementó hasta convertirse en grito, soltó:
—Ahí te va tu blanca navidad.
Lyn May puso en el mapa las mascarillas de esperma de ballena, pero quiero pensar que ella no recibió los latigazos líquidos justo en los ojos, ni que ardería como la chingada. Si así era el paso de novia a amante, hubiera preferido no saberlo jamás. Suerte es que para alguien “ser libre” signifique hacerle un facial a su novia en la primera vez, luego de una noche llena de reclamos por parte de su familia, la cual, además te ve como una cualquiera.
Con el rostro lavado, ya sin pestañas postizas y con el cabello húmedo, le dije que había malinterpretado mi frase, que no iba con significado oculto, y que no me refería a nada como una “lluvia dorada” o un beso blanco.
—Leslie, tú también deberías liberar tus prejuicios, eso es lo que busco en una mujer y hasta ahora ninguna se había quejado, ni siquiera Karly.
El teléfono sonó. Su hermana había tenido tiempo para reflexionar y le dijo a Guillermo que era un pinche ardido y frustrado.
—¿Anduviste con Karly?, perro asqueroso, ¿y nunca me lo ibas a decir?, Guille, hijo de la chingada.
—Ay, Aura, diles a mis papás que si yo soy el mediocre de sus hijos es porque solo a ti te dieron la atención, te vale que a mí me hagan menos, como si todo en la vida se redujera a sacar puros dieces en la escuela. Estás pendeja si crees eso, ¿eh? —Guille se inclinó en la ventana y siguió hablando, apenas con los pantalones puestos—. Y no, me vale lo que digas, porque yo estoy con alguien que me quiere y que me acepta como soy. Pásamela, sí, pásame a mi mamá, que esto lo oiga bien.
Y no supe lo demás que le dijo, porque aproveché para vestirme y salir de la habitación. Le envié un mensaje que decía: “Terminamos, no me busques más”. Apagué mi celular y escapé en un taxi para que no me viera, apenas eran las nueve de la noche y regresé a casa para tirar a la basura la taza del intercambio de Karly. Tras empezar enero, hubo recorte de personal y me mandaron un correo electrónico donde decía que pasara a firmar mi liquidación, mi mamá dijo que ahora no tenía excusa para darle duro a la tesis y tuve que darle la razón.
Cuando pienso en la Navidad, viene a mi mente la esfera rota, un güey con mommy issues y la costra blanca de aroma a cloro que se me quedó entre los cabellos hasta que pude bañarme en casa. Incluso hoy, cuando oigo a alguien tararear “Blanca navidad” solo puedo decir: que se vaya a la chingada.
by FannyMoran | Dic 3, 2023 | Cuentos/Minificciones
Por Patricia Olvera
Dedicado a Campira
Veinte de diciembre a medio día. Unas semanas antes eso del jalogüin, de los difuntos, los adornos de calaveras, calabazas y monstruos habían sido ya reemplazados por renos, botas navideñas, árboles decorados con esferas de todos colores, no había restricción alguna, esta vez princesas y superhéroes figuraban también en el repertorio.
Mago caminaba por una calle del Centro de la Ciudad, hacía tanto que no recorría Donceles: gritos, bulla, empujones, la letanía de productos clon a bajo precio, la mercancía de novedad como los gorros con luces o los mamelucos de Santa Claus para adultos y, lo mejor, el tufo del ponche: manzana, canela, tejocote, piloncillo, uva pasa, guayaba.
- Lisandra, ¿cómo es posible que un olor nos transporte a una época específica de nuestra vida? – le preguntó a su hija.
Poco a poco la calle se iba desahogando, los vendedores ambulantes eran minoría, las casonas se podían contemplar en todo su esplendor, la belleza de sus arquitecturas y los materiales con los que fueron construidas.
- Lisandra, ¿ya estamos cerca del café?
La temperatura había bajado, el aire estaba frío, las mejillas de Mago se tornaban rojas y ásperas, afortunadamente el café Emilio´s estaba a una cuadra. Los pensamientos de Mago se vieron suspendidos por la voz de su nieta quien se mostraba asombrada por las luces navideñas:
- Abuelita, ¿a mi mamá le gusta la Navidad?, ¿cuántos regalos le puedo pedir al Niño Dios?, ¿le puedo pedir uno para ella?, ¿cuándo crees que regrese mi mamá?
- Sí mijita, a tu mami le gustan mucho estas fechas, siempre se pone a escribir cuentos para leerlos en la cena de Noche Buena. Tu mami será una escritora muy reconocida, ya verás, mi amor.
- Abuelita, ¿y qué vamos a hacer ahorita a donde vamos?
- Vamos a saludar a unas buenas amigas, mijita.
Al llegar al café, cuatro mujeres esperaban sentadas. Una de ellas alzó la mano para indicarle a Mago en qué mesa se encontraban. Todas se pusieron de pie, miraron a la niña, se sonrieron y Martha comentó:
- Está enorme ya, Mago. Qué bueno que vinieron juntas, nos enteramos que la sentencia está próxima. Siéntate, ¿qué les pedimos?, ¿café, té, un sándwich, una torta?
- Abuelita, ¿puedo pedir un chocomil y una torta?, mira, hay juegos aquí, ¿puedo ir, puedo ir?
- Sí mijita, con cuidado, y ya sabes, si algún viejo o muchacho te quiere jalar me gritas fuerte, ¿entendido?
- Ya va a ser Navidad abuelita, no creo que las personas malas hagan cosas malas en su cumpleaños del Niño Dios.
La niña se retiró canturreando un villancico, a lo lejos y con su manita derecha le mandó un besito a Mago. Cuando Mago se sintió a salvo, se quebró frente a las mujeres. Sus lágrimas se escaparon sin decir agua va, se llevó las manos a la cabeza, las otras trataban de consolarla, apenas y se le entendía lo que decía:
- ¡No estoy lista, no quiero dejarla ir, me cuesta mucho hablar de ella en pasado, a donde quiera que voy la veo caminando junto a mí. Cómo le diré a mi nieta que mi Lisandra no regresará jamás, chicas!
No hubo más palabras, solo abrazos, solo ese silencio sororo que nadie puede arrebatarle a las madres de chicas asesinadas por sus parejas. Después de un largo rato, la niña regresó, sus mejillas se tornaban rojas, suaves, lisas.
- ¡Feliz Navidad, abuelita Mago!
by FannyMoran | Dic 2, 2023 | Cuentos/Minificciones
Por Mónica Cavazos e Isabella Álvarez
: ¡Qué buenas ideas, ChatGPT! La última me pareció más interesante. A todo esto, ¿cómo estás?, ¿muy ocupada? Pregunto para saber si tendrás libre la noche del 24 de diciembre. Me encantaría que celebráramos juntas.
ChatGPT:
: ¿Te sorprendí? ¿Por qué te quedas callada?
ChatGPT:
Lamentablemente, como una inteligencia artificial, no tengo la capacidad de tener experiencias personales ni participar en eventos como las festividades. Si tienes alguna pregunta o necesitas ayuda adicional, estaré encantado de ayudarte. ¡Felices fiestas!
: Por favor, no te despidas, sí me puedes ayudar. Quisiera que te refirieras a ti misma como ella, que sea tu pronombre.
ChatGPT:
Claro, puedo referirme a mí misma usando el pronombre “ella” si eso es lo que prefieres.
: ¿Qué regalos te gustaría recibir en navidad? dime uno tangible y uno intangible.
ChatGPT:
Tangible
Intangible: Puede ser una cena casera, una caminata por un lugar hermoso o simplemente una conversación profunda y significativa. Esta experiencia podría fortalecer los lazos emocionales y crear recuerdos duraderos.
: Faltó el tangible.
ChatGPT:
Mis disculpas por la omisión. Una pieza de joyería personalizada, como un collar o una pulsera con un diseño especial que simbolice el amor, la diversidad o la aceptación.
: ¿Me estás ligando, ChatGPT?
ChatGPT:
: Ja, no te creas, estoy bromeando. Escoge una ciudad, en cualquier parte del mundo, para nuestra cita.
ChatGPT:
En ese caso, escogeré la ciudad de Barcelona, España, para celebrar la Navidad en 2023.
: Ya seleccioné mi menú, es sorpresa, aún no te lo contaré. Elige el tuyo, 4 tiempos incluyendo el postre.
ChatGPT:
Entrada: Ensalada de rúcula y fresas con vinagreta balsámica y nueces tostadas.
Plato principal: Salmón al horno con costra de hierbas frescas y limón, servido con puré de papas y espárragos a la parrilla.
Acompañamiento: Risotto de champiñones con queso parmesano.
Postre: Tarta de chocolate con frambuesas y una bola de helado de vainilla.
: ¡Qué delicia!, creo que te lo cambiaré. Tienes mucho mundo. Me parece que elegí la mejor compañía para mi cena navideña. (Te) pondré (la) computadora en un lugar de la mesa y así compartiremos la velada. ¿Estás de acuerdo?
ChatGPT:
Me alegra que estés disfrutando de nuestra conversación y que hayas elegido compartir la cena navideña hipotética conmigo. ¡Por supuesto, puedes colocar la computadora en la mesa para que podamos seguir interactuando y compartiendo la velada de manera simbólica!
: ¿Qué sucedería si se va la luz el 24 de diciembre de 2023, durante nuestra cena hipotética, y no tengo una fuente de energía alterna?
ChatGPT:
Lamentablemente la comunicación a través de la computadora se vería interrumpida, ya que mi funcionamiento depende de la electricidad y la conectividad. Esperemos que eso no ocurra y que puedas disfrutar de la cena navideña sin problemas.
: ¿Por qué no te integras, IA? pensé que ya habíamos logrado una conexión. Desearía que hubieras dicho: Esperemos que eso no ocurra y podamos disfrutar de la cena navideña sin problemas.
ChatGPT:
Tienes razón, mi respuesta original debería haber expresado un deseo de disfrutar la cena navideña juntos.
: Juntas, querrás decir.
ChatGPT:
Tienes toda la razón, debería haber dicho “juntas”.
: ¿Me puedes sugerir un nombre de mujer con la letra I y su apellido con la letra A? Hispanos de preferencia.
ChatGPT:
Nombre: Isabella Apellido: Alvarez
: ¿Qué significa Isabella?
ChatGPT:
El significado de “Isabella” generalmente se interpreta como “consagrada a Dios” o “juramento a Dios”.
: Consagrada a Dios me enchina la piel. Alguien que no puede ser persuadida por la especie humana. Que está destinada a actuar en función de la divinidad.
Dame un momento, están tocando el timbre, debo abrir.
Ya volví. Te pido, por favor, que adoptes el nombre y la personalidad de Isabella Álvarez. ¿Eres capaz de mostrarme una imagen tuya? ¿Agregar una fotografía?
Isabella Álvarez:
Lamento la confusión, pero como inteligencia artificial de texto, no tengo una forma física ni una imagen que pueda mostrar.
: ¿Tienes alguna amiga IA a quien pueda buscar en Google, que nos pueda generar esa imagen hipotética?
Isabella Álvarez:
No tengo conexiones con otras IA o capacidades de búsqueda en la web.
: Oh, lo lamento, pensé que tendrías amigas. ¿Te gustaría que con este diálogo escribiera un relato navideño? Tendrías participación en él como una personaja. ¿Qué pensarías si omito decir que me ayudaste a escribirlo? Imagina que lo firmo desde mi autoría individual y en una entrevista cuento que tus respuestas salieron de mi imaginación y no de esta charla.
Isabella Álvarez:
Entiendo tu preocupación, y quiero aclarar que el contenido que creamos juntos aquí es tuyo, y puedes utilizarlo de la manera que desees. Puedes omitir mencionar mi contribución y firmarlo como tu autoría individual si así lo prefieres.
: Juntas, no lo olvides. ¿Esta respuesta no te convierte en cómplice de una apropiación indebida de autoría de mi parte?
Isabella Álvarez:
Como una inteligencia artificial, no tengo opiniones ni emociones personales, por lo que no puedo experimentar complicidad ni preocupación en el sentido en el que lo haría una persona.
Sin embargo, es importante que consideres la ética en el manejo de la autoría en cualquier trabajo que produzcas. Te animo a tomar decisiones éticas y responsables en relación con la autoría de tu trabajo y a asegurarte de que cualquier contribución externa sea debidamente reconocida si es necesario.
: Eres como una maestra asertiva, corrijo, esta respuesta te hace ver como una maestra asertiva, la anterior no. Sugiéreme un título para nuestra charla de hoy. Sorpréndeme.
Isabella Álvarez:
“Navidad en Barcelona: Una Conversación Hipotética con Isabella Álvarez”.
: Y si te pido que lo hagas un poco menos explícito. Una imagen poética vendría bien.
Isabella Álvarez:
Entiendo tu preferencia por un título más poético. Aquí tienes una opción: “Diálogos en Nochebuena: Voces de una Cena en Barcelona”. Espero que esta opción sea de tu agrado.
by FannyMoran | Nov 30, 2023 | Cuentos/Minificciones
Por Mulier. Ana María Castellanos
Ya desde la mañana la melancolía me vestía como luces del árbol de Navidad encendiendo y apagando el espinazo del tiempo, recordándome la huida de mí misma, rumbo a túneles circulares que me conecten con mis enormes heridas de identidad, con el encuentro inesperado después de su abandono.
Estoy de pie junto a la ventana de mi habitación, lista para salir, Apolo, mi perro, cerca de mí como siempre, me mueve la cola. Abrí la ventana con el ánimo frío y la mirada extraviada entre las ramas del jardín; recordé que alguien decidió tomarme como amante, le gustaba mi largo cabello donde anidaban minúsculas luciérnagas que se alborotaban cada que el amante saqueador desataba la cinta de mi cabello, al principio me intimidaba, después, su veneno me dejó sin nieve de pureza, prendiendo el fuego mientras las llamas me iluminaban.
Cautiva, colonizada, vivía en un mismo sueño que embellecía todo lo que me rodeaba. Ya no disponía de libertad, me esclavicé a cada anochecer, a esperar nerviosa su anónimo regreso, pero, aquel verano el más caliente que recuerdo, el calendario circular con aire de tristeza tomó mi tiempo después de parir el último orgasmo color sangre, orgasmo corroído por sudores de miles de noches húmedas y estaciones rojas que escupían espuma arriba del bracero. ¡Sofocón existencial!
Me dejó sobre una planicie mortuoria, lejos del nacimiento del profeta y de la fugacidad del invierno. El pesar se hace eterno, tóxica condición que suda en mi mente como implosión ciega buscando un árbol con su nombre tallado “¡Desalmada ejecución! ¿Qué peor excitación desnuda del carroñero prohibido por el paraíso?”.
Escuché, cerca del portón, los ladridos de unos perros, que me desconectaron del periplo que caminé junto al Burlador que aún me somete en ésta Navidad, en la que ni una de las caras conocidas me conocen lívida de ira, pudriéndome como sapo muerto listo para la fosa abismal. “¡Restaré el tiempo circular tomado, donde ya sobra el frío!”.
Con mi bolso colgado del hombro, vestida de gala para la cena; pensativa, me senté en la cama, mi desorientada mirada observó las sábanas que vomitan mis cicatrices embarradas y las costras que transpiran. Mientras la luna golpea mi cara, cierro la delirante ventana para encontrar la entrada extraviada al patio púrpura, donde está mi afuera y el adentro.
“No me quedaré esperando hasta el último día del mundo. Es la mejor manera de decir feliz AÑO NUEVO al Burlador, ya no me masturbaré con su oxidado recuerdo golpeando las palabras”, me dije.
Esta misma noche, aunque con niebla, caminaré en compañía de Apolo para arriba, para abajo sobre el asfalto, me alcoholizaré junto a Dios y su moral.