En Navidad, periplo

En Navidad, periplo

Por Mulier. Ana María Castellanos

Ya desde la mañana la melancolía me vestía como luces del árbol de Navidad encendiendo y apagando el espinazo del tiempo, recordándome la huida de mí misma, rumbo a túneles circulares que me conecten con mis enormes heridas de identidad, con el encuentro inesperado después de su abandono.

Estoy de pie junto a la ventana de mi habitación, lista para salir, Apolo, mi perro, cerca de mí como siempre, me mueve la cola.  Abrí la ventana con el ánimo frío y la mirada extraviada entre las ramas del jardín; recordé que alguien decidió tomarme como amante, le gustaba mi largo cabello donde anidaban minúsculas luciérnagas que se alborotaban cada que el amante saqueador desataba la cinta de mi cabello, al principio me intimidaba, después, su veneno me dejó sin nieve de pureza, prendiendo el fuego mientras las llamas me iluminaban.

Cautiva, colonizada, vivía en un mismo sueño que embellecía todo lo que me rodeaba. Ya no disponía de libertad, me esclavicé a cada anochecer, a esperar nerviosa su anónimo regreso, pero, aquel verano el más caliente que recuerdo, el calendario circular con aire de tristeza tomó mi tiempo después de parir el último orgasmo color sangre, orgasmo corroído por sudores de miles de noches húmedas y estaciones rojas que escupían espuma arriba del bracero. ¡Sofocón existencial!

Me dejó sobre una planicie mortuoria, lejos del nacimiento del profeta y de la fugacidad del invierno. El pesar se hace eterno, tóxica condición que suda en mi mente como implosión ciega buscando un árbol con su nombre tallado “¡Desalmada ejecución! ¿Qué peor excitación desnuda del carroñero prohibido por el paraíso?”.

Escuché, cerca del portón, los ladridos de unos perros, que me desconectaron del periplo que caminé junto al Burlador que aún me somete en ésta Navidad, en la que ni una de las caras conocidas me conocen lívida de ira, pudriéndome como sapo muerto listo para la fosa abismal. “¡Restaré el tiempo circular tomado, donde ya sobra el frío!”.

Con mi bolso colgado del hombro, vestida de gala para la cena; pensativa, me senté en la cama, mi desorientada mirada observó las sábanas que vomitan mis cicatrices embarradas y las costras que transpiran. Mientras la luna golpea mi cara, cierro la delirante ventana para encontrar la entrada extraviada al patio púrpura, donde está mi afuera y el adentro.

“No me quedaré esperando hasta el último día del mundo. Es la mejor manera de decir feliz AÑO NUEVO al Burlador, ya no me masturbaré con su oxidado recuerdo golpeando las palabras”, me dije.

Esta misma noche, aunque con niebla, caminaré en compañía de Apolo para arriba, para abajo sobre el asfalto, me alcoholizaré junto a Dios y su moral.