Letras huérfanas
Por Patricia Olvera
Dedicado a Campira
Veinte de diciembre a medio día. Unas semanas antes eso del jalogüin, de los difuntos, los adornos de calaveras, calabazas y monstruos habían sido ya reemplazados por renos, botas navideñas, árboles decorados con esferas de todos colores, no había restricción alguna, esta vez princesas y superhéroes figuraban también en el repertorio.
Mago caminaba por una calle del Centro de la Ciudad, hacía tanto que no recorría Donceles: gritos, bulla, empujones, la letanía de productos clon a bajo precio, la mercancía de novedad como los gorros con luces o los mamelucos de Santa Claus para adultos y, lo mejor, el tufo del ponche: manzana, canela, tejocote, piloncillo, uva pasa, guayaba.
- Lisandra, ¿cómo es posible que un olor nos transporte a una época específica de nuestra vida? – le preguntó a su hija.
Poco a poco la calle se iba desahogando, los vendedores ambulantes eran minoría, las casonas se podían contemplar en todo su esplendor, la belleza de sus arquitecturas y los materiales con los que fueron construidas.
- Lisandra, ¿ya estamos cerca del café?
La temperatura había bajado, el aire estaba frío, las mejillas de Mago se tornaban rojas y ásperas, afortunadamente el café Emilio´s estaba a una cuadra. Los pensamientos de Mago se vieron suspendidos por la voz de su nieta quien se mostraba asombrada por las luces navideñas:
- Abuelita, ¿a mi mamá le gusta la Navidad?, ¿cuántos regalos le puedo pedir al Niño Dios?, ¿le puedo pedir uno para ella?, ¿cuándo crees que regrese mi mamá?
- Sí mijita, a tu mami le gustan mucho estas fechas, siempre se pone a escribir cuentos para leerlos en la cena de Noche Buena. Tu mami será una escritora muy reconocida, ya verás, mi amor.
- Abuelita, ¿y qué vamos a hacer ahorita a donde vamos?
- Vamos a saludar a unas buenas amigas, mijita.
Al llegar al café, cuatro mujeres esperaban sentadas. Una de ellas alzó la mano para indicarle a Mago en qué mesa se encontraban. Todas se pusieron de pie, miraron a la niña, se sonrieron y Martha comentó:
- Está enorme ya, Mago. Qué bueno que vinieron juntas, nos enteramos que la sentencia está próxima. Siéntate, ¿qué les pedimos?, ¿café, té, un sándwich, una torta?
- Abuelita, ¿puedo pedir un chocomil y una torta?, mira, hay juegos aquí, ¿puedo ir, puedo ir?
- Sí mijita, con cuidado, y ya sabes, si algún viejo o muchacho te quiere jalar me gritas fuerte, ¿entendido?
- Ya va a ser Navidad abuelita, no creo que las personas malas hagan cosas malas en su cumpleaños del Niño Dios.
La niña se retiró canturreando un villancico, a lo lejos y con su manita derecha le mandó un besito a Mago. Cuando Mago se sintió a salvo, se quebró frente a las mujeres. Sus lágrimas se escaparon sin decir agua va, se llevó las manos a la cabeza, las otras trataban de consolarla, apenas y se le entendía lo que decía:
- ¡No estoy lista, no quiero dejarla ir, me cuesta mucho hablar de ella en pasado, a donde quiera que voy la veo caminando junto a mí. Cómo le diré a mi nieta que mi Lisandra no regresará jamás, chicas!
No hubo más palabras, solo abrazos, solo ese silencio sororo que nadie puede arrebatarle a las madres de chicas asesinadas por sus parejas. Después de un largo rato, la niña regresó, sus mejillas se tornaban rojas, suaves, lisas.
- ¡Feliz Navidad, abuelita Mago!