El regreso de Ulises

El regreso de Ulises

Por Anne Luengas

No, Ulises no se va por la guerra de las palabras capaces de hender grietas en el diamante, de los silencios tan venenosos como el arsénico, o de las muecas horadadoras. Estas armas se infiltraron en su pareja con los años, los hábitos y la confianza. No son la causa de su partida. No. Su motivo es la anatomía manceba y generosa —acrecentada por la altura de los tacones y de las bastillas— de una Circe local.

Agotados los noventa días reglamentarios de la pasión naciente, Ulises prepara su maleta bajo la mirada serena de Penélope. Ella no interroga: sospecha, pero se activa en el quehacer invisible: sacude, barre, guisa —platillos diminutos: intuye una comida solitaria; han sido ya tantas… Él, mientras, elige, dobla y coloca en un veliz las piezas del ajuar necesario. Satisfecho, se despide: No, no sabe cuándo pueda regresar.  Con una sonrisa de ganador en el rostro, lleva el equipaje a la cueva de Circe.             

Esta le abre la puerta, los brazos y la cama. Pronto goza de la magnanimidad y de los talentos de su amante. La ropa de marca, los conciertos en la ópera, los viajes exóticos estimulan su imaginación y —sobre todo— la envidia de las amigas.

Ulises, en su cortejo novedoso, se encarga del jardín, del mandado, de la cocina; pinta, compone los aparatos dañados y —de repente— lava los trastos o pasa la aspiradora. También rasura el escaso cabello gris susceptible de denunciar su edad y renueva su guardarropa. Le parece tener veinte años, disfruta la dinámica nocturna y el apetito erótico de su joven pareja. Cual perrito fiel merecedor de recompensa, la recoge a la salida del trabajo y, entre cumplidos y besos, entre chistes y abrazos, siembra preguntas donde a veces afloran semillas de inquietud: ¿Tiene fascinado a tal colega? Llega tarde, ¿se quedó a seducir al jefe?, ¿el director cayó bajo sus encantos?

Poco a poco, la embriaguez y el delirio inicial se disuelven en la miel apacible de una relación establecida.

Penélope, entre tanto, aprende los sabores exquisitos de la soledad, organiza sus espacios, construye una vida. La merma de su presupuesto apenas encoge el deleite de su libertad, reserva para su casa los minutos indispensables. Lee con avidez los premios literarios en boga. Escucha las emisiones culturales. Visita los museos y las muestras artísticas. Frecuenta amistades escogidas. Adquiere pinceles, telas, pinturas y vuelve a una vocación abandonada. Llena los cuartos con obras originales; vende algunas. Procura mantener la calma y el humor aun cuando las sorprendentes visitas del esposo retan su bienestar. Teje con alegría un futuro sin ataduras, sin rencores, lleno de paz y armonía.

Mas era olvidar a Cronos —¡Oh, Cronos! — se mantiene al acecho y después de dos lustros resuelve manifestarse; la rutina fisura el Edén de Circe y Ulises. Los celos aumentan, las palabras de amor se agrian; los párpados ocultan a veces ojeadas mortíferas. Escenas violentas alternan con momentos de arrepentimiento y de perdón.   

Circe calcula: resta sus primaveras de los inviernos del amante y encuentra cuantiosos veranos. Observa su calvicie, sus arrugas, la curva de su abdomen. Halla, en su propio reflejo, impertinentes hebras de plata, las líneas del tiempo… Anticipa las molestias de aguantar la vejez ajena, el desamparo de la propia. Considera los argumentos de Cronos, prepara las maletas de Ulises y le aconseja ir a envejecer hacia otros rumbos.

El galán, seguro de la lealtad de Penélope, regresa al domicilio conyugal. Lo reciben, pero una tregua no concluye la guerra, las armas conservan su filo. Mansión para Penélope, la vivienda se contrae al regresar Ulises acompañado por un guardarropa abundante y ahora inútil. El hombre define horarios y muestra exigencias; se impone como estorbo, incapaz, en su desgracia repentina, de aceptar los meandros del destino, agrede. Ella, perturbada en su quietud, reducida en sus espacios, ve como se deshilan sus esperanzas. También hiere. Son miserables.

Circe saborea su independencia y busca amores convenientes.


Anne (Souchaud de) Luengas
Nacida en Francia, mexicana por matrimonio, maestra y bibliotecaria por años y por gusto; hoy jubilada, compartiendo saberes, escribiendo y publicando (Pinceladas en el tiempo 2018, El destino de los animales 2019), textos en Literapluvia (2018), Letras en el Puerto (2021), FENALEM (2021).

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