Historia de Navidad

Historia de Navidad

Fabiola Morales Gasca

Odio la Navidad, me parece una temporada espantosa donde el dinero se gasta a manos llenas sin sentido alguno, tiempo de compras innecesarias, ropa espantosa con colores de duende y donde nos engañamos dando el amor que deberíamos darnos durante el resto año. Ante la pregunta de los compañeros ¿A ti qué te gusta de la Navidad? Obvio que tengo que fingir siempre. Nadie quiere ser identificado como el famoso personaje cascarrabias y quejumbroso inventado por el Doctor Seuss.

—¿A ti qué te gusta de la Navidad?—Me vuelve a repetir insistente Nora ante mi letal silencio.

— Yo amo la cena, los regalos, el arbolito de navidad con sus alegres adornos navideños y por supuesto las vacaciones— dice uno de mis compañeros con una “alegría contagiosa”.

Y si lo menciono entre comillas es porque por más que busco las razones precisas para entusiasmarme, no lo logro. Que felicidad es poder escabullirme de mi salón y lanzarme a las calles lejos de su detestable espíritu navideño. Anhelo desaparecer o ser invisible como un fantasma caminando entre ellos. Deseo atravesar paredes y no hablar con nadie. 

—Ese Camilo, eres un pendejo. Vale nada que estés en el cuadro de honor, lo buey no se te quita— Me grita uno de mis compañeros cuando me ve salir de la escuela. Pienso que el pendejo es él mientras camino aprisa rumbo a la salida.

—¡Déjalo! ¿No ves que es un puto? —Acelero el paso, no quiero problemas.

Tal vez si no fuera tan flaco le partía toda su madre, tía y hasta abuela. Siento una rabia infinita. Alcanzo a ver a Nora  agitando su mano y sonriéndome. Lamento mucho no despedirme. Quiero evitar problemas, no quiero hacer el ridículo frente a ella. Ya tendré tiempo de escribirle un mensaje.

—¡Mariquita!¡Mariquita! —Es lo único que escucho en coro hasta desaparecer de la calle.

En el autobús me replanteo la pregunta: ¿Qué me gusta de la Navidad? Pienso en el brillo de las luces de bengala, en su hermoso chispoteo de fuego. Pienso en los colores de las piñatas, en los dulces dentro de sus entrañas, en los aguinaldos atiborrados de cacahuates. Cierro los ojos para susurrar el antiguo canto de las posadas navideñas. Me agrada mucho el latín Pater de cælis, Deus, miserére nobis./Fili, Redémptor mundi./Sancta María. Ora pro nobis./Mater Christi./Mater Ecclésiæ./Mater Misericordiae./Mater divínæ grátiæ./Mater puríssima./Mater castíssima. Ora pro nobis. Ora pro nobis ¿Quién caramba sabe latín en estos días? Sólo los ancianos que cantan mientras las lenguas extensas de las veladoras al pedir posada les iluminan sus rostros esperanzados. Sé que en la escuela y en mi casa me ven como el bicho raro porque me niego a hablar mucho. Yo sólo hablo lo preciso. Me niego a convivir con la gente. Si obtengo buenas calificaciones es porque no me queda de otra. Mi padre es estricto, siempre está pendiente de mis calificaciones para tener pretexto de ponerme a trabajar en la fábrica dónde él está, porque según así me enseñaré a ser hombre. No entiende que si me niego a hablar es porque no hay nada interesante que decir o  escuchar, no hablo con personas que dicen que no les gusta leer, considero que los libros son el mejor refugio para los solitarios como yo. Aunque tengo pocos en casa, me gusta sacarlos de la pequeña biblioteca escolar, así es como he leído algunas cosas interesantes. Esteban dice que jamás me voy a coger una chava si me la paso hablando de libros, que esas son cosas de puto, pero supongo que eso no es importante. Ni tan importante como la Navidad que celebramos cada año en casa.

Madre siempre quiso tener hijas, pero no pudo. Sólo tuvo al inútil de mi hermano y a mí.  Esteban no apoya en nada, es una réplica pequeña de mi padre, un exigente en todo, siempre tomando cervezas y rascándose la panza. Aunque la verdad es que yo no quiero saber nada de cosas de mujeres, soy el que paso más tiempo con ella y como quiero mucho a mamá la apoyo lo más que puedo. ¡Camilo acompáñame al mercado! Veme a traer Cilantro. Compra la tortilla. Ayúdame a subir el garrafón. Por favor compra papel aluminio. Carga el gas. ¡Vigila que no se queme la sopa!…  Son las conversaciones entre mi madre y yo. Ella apenas si me escucha cuando le hablo de la escuela, la pobre ni siquiera terminó la secundaria porque se jodió el asunto cuando conoció a mi padre y la embarazó. Siento mucha pena por ella. Cuando me llega a preguntar que cómo voy o cómo me siento, prefiero evadir la respuesta. No vale la pena angustiarla ante mi falta de amigos.

Decir diciembre no significa nada, sólo es permanecer en casa aburrido, ayudando a madre. Enojado porque Esteban no hace nada y se la pasa molestándome. “¡Maricón! Le voy a decir a papá que te lleve con una mujer para que te enseñe a ser hombre. Te hace falta conocer un burdel”. Maricón es su palabra favorita para describirme y fastidiar, como si necesitara ser hombre para entender que mamá está agotada. Cuando son vacaciones tengo mucho quehacer doméstico no como él que nada más se la pasa viendo porno y jalándosela frente a la computadora. Mi padre exige a madre que guise para un ejército. Ajá, el ejército de gorrones de tíos, primos, hasta sus esposas y novias incapaces de apoyar. Para mí la cena significa vueltas con madre al mercado, montones de gente que compra en los puestos como si fuese el fin del mundo y cargar bolsas y bolsas en la incomodidad del transporte público hasta llegar a casa. Luego allá todo es una chinga porque ni hermano ni padre ayudan. Yo veo tan cansada a madre que busco complacerla en todo. Navidad siempre pone las cosas peores, siempre peores conforme pasan los años ¡Cómo quisiera que ardiera el mundo en estos días!  

¡Camilo ayuda! Grita papá como loco. Pelar papas, hervir la fruta, cocer el pavo, hace ensaladas, freír chiles es insoportable. Me alegra no ser mujer, seguramente ya hubiera enloquecido, con razón a mi padre le gusta hacerse el tonto en el baño mientras cae la noche y empieza a llegar su familia mientras madre hace todo. Él nunca prepara algo es incapaz de levantar su propio plato, lo odio. Cuando los tíos llegan a dar el abrazo, padre se esponja como  guajolote mientras su orgullo se engrandece invitando a cada uno a sentarse a la mesa. Como si no supiéramos que sólo llegan a gorrear la cena. Cuando todo está servido y están sentados, observamos la televisión y la celebración en distintos lugares del mundo. Me gusta imaginar que celebro feliz con luces de bengala y villancicos en un algún lugar remoto con Nora, claro yo nunca obligaría a ella a servirme. Nunca sería tan vil como lo es mi padre con madre.

Con mi padre siempre hay que esperar lo inesperado. Es tan voluble y frágil en su ego “Adriana, sirve más refresco”, “Tú Camilo, trae hielo”, ”Órale, maricón, apúrate, ayuda a tu madre”. Siempre escuchando sus quejas “¿Qué hice para merecer un hijo amanerado? Eso pasa cuando las madres consienten mucho a sus hijos ¡Ahí están las consecuencias Adriana! Eso pasa por tenerlo pegado a tus faldas”…  Y entre quejas y burlas me toca siempre acarrear no sólo desde la cocina al comedor la comida para atiborrar a su fastidiosa familia sino además llevarme las bromas pesadas de tíos y primos. Yo soy siempre su botana. Cada navidad es igual. Este año no pinta nada diferente, todos beben y comen hasta el cansancio. Una a una las botellas de alcohol se acaban. Mis tíos y mi padre se enfurecen por nada, se pelean por cosas del pasado, por su amarga infancia, por la casa de la abuela, por una herencia inexistente y mal gastada. Se gritan, se maldicen, se rompen no sólo las cosas que se hallan a su paso sino la poca moral y ánimo existente. Madre y yo guardamos silencio, los dejamos hablar como los locos que son, ella siempre dice que “a chillidos de marrano, oídos de carnicero, o lo que es lo mismo a boca de borracho oídos de cantinero” y se la aplicamos bien, deprimidos nos volvemos sombra en la pared y desaparecemos aunque los platos y vasos sucios esperen agotados sobre el mantel navideño que con tanta ilusión se puso horas atrás.

Estoy cansado de tanta pendejada, de que siempre terminemos encerrados en nuestra habitación con el espíritu tan vacío después de haber trabajado tanto. Estoy cansado de que no tengamos una noche tranquila comiendo aunque sea algo sencillo y sin presión alguna. Estoy harto de que me griten que soy un marica, que Esteban desaparezca para largarse con alguna de sus novias para demostrar su hombría y nos deje a nosotros el paquete de cuidar a la familia de mi padre. Me niego a ser responsable de ellos. Estoy exhausto de limpiar, de ver a mi madre llorar en silencio, despreciada y arrinconada en su propia casa. Estoy harto ¡No puedo más! Cierro todas las ventanas aunque la casa huela a vomito de borrachos, a odio recalcitrante. Decidido voy a la cocina, abro las parrillas de la estufa en su máxima potencia y espero un prudente tiempo. ¡Al carajo todo! Quiero una blanca navidad. Enciendo las luces de bengala mientras me repito una y otra vez ¿A ti qué te gusta de la Navidad?

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