Conoce a Roxana Xamán

Roxana Xamán escribió “Sal”, cuento que forma parte de nuestra IV Antología de Escritoras Mexicanas. La autora define al relato con esta frase: “Aunque el destino sea condena, no deja de ser ese pequeño espacio de libertad en el que hacemos nuestra vida.”

Semblanza

Licenciada en Filosofía y Ciencias Sociales por el ITESO, Maestra en Estudios Hispánicos por la Universidad de Cádiz y Maestra en Escritura Crítica y Creativa por la Universidad de Sussex. Exbecaria Chevening (2018). Desde 2011 forma parte de El Club de las Letras de la Universidad de Cádiz. Sus textos han sido publicados en México y España. Fundadora de los proyectos de difusión de narrativa y poesía El Tintachero Palabra Lab. Además de la literatura se dedica al estudio del performance y la docencia.

Entrevista

  1. ¿Qué te motivó a escribir «Sal»?

Reconocerme habitante renegada y voluntaria de ese camino hecho por las que están antes que yo: mi madre y mis abuelas.

 2. ¿Si tuvieras que definir en una sola frase «Sal», ¿cuál sería?

Aunque el destino sea condena, no deja de ser ese pequeño espacio de libertad en el que hacemos nuestra vida.

 3.- . ¿Cuál es tu frase favorita de «Sal»?

A cada zancada levantan polvo de tierra y el ambiente se impregna de ese aroma a sedimento de sol que Adna conoce desde hace veinticinco años.

 4. ¿Qué significa para ti que tu cuento haya sido seleccionado para formar parte de la cuarta antología de cuento de Escritoras Mexicanas?

Me parece maravilloso que haya tres antologías previas y que se vislumbren más. Es como participar de una tertulia que crece en invitadas de antología en antología, donde cada una con su historia define el tono de la charla, los gestos, los aromas… Cada una a su tiempo y en su espacio, pero en un tiempo y un espacio compartidos, lo que lo hace más atractivo.

Raíces/Cuento de Marlee Elizondo

Por Marlee Elizondo

La pérdida de nuestro legado significa nuestra muerte.

Al levantarme, fui a preparar tres tazas en la vieja cafetera de la cocina, no sé por qué si solamente me iba a tomar dos. Lo preparé como ella me había enseñado y me senté en esa silla del comedor que nadie usaba. Frente a mí se encontraba la gran ventana que dejaba ver el jardín trasero ya marchito.

Siempre fuimos mi madre y yo. Por un tiempo trató de transmitirme todos sus conocimientos sobre sus amadas plantas, sus intentos fueron fallidos. Nunca pude comprenderlas o ellas no me comprendían a mí, cuando intentaba cuidarlas, algo malo pasaba. Una vez, mi madre tuvo que salir de la ciudad. Me dio claras instrucciones para cuidar de sus plantas, pero ellas no me querían, y cuando regresó ya estaban agonizando, deseosas de su atención.

Las mañanas después de almorzar, mi madre salía al jardín y empezaba con la rutina de atenciones que sus plantas requerían, yo sabía que estaría ahí durante horas hasta que el ardiente sol de principios del verano no la dejara trabajar. Nunca se le dio bien bordar, ni coser, ni el trabajo de medio tiempo, las amistades o los vicios fuera de la cafeína. Me preocupaba mucho, no obstante, al menos, nos tenía a nosotros y a sus plantas.

No podíamos coexistir en un mismo espacio, si caminábamos demasiado en el jardín terminábamos marcando una senda amarilla en el pasto verde. Si tocábamos por mucho tiempo los pétalos de sus rosas, estas se marchitaban al día siguiente. Ni hablar de las hierbas de olor que daban matices excelentes a los platillos que preparaba mi madre, aunque amargaban nuestras comidas cada vez que intentábamos usarlas.

Pensaba que solo tenían problemas conmigo, porque de niña arrancaba hojas a diestra y siniestra para decorar mis pasteles de lodo, pero no, mis hermanos y mi padre tampoco se podían acercar al jardín y si lo hacían era exclusivamente para realizar esos trabajos que eran demasiado pesados para mi madre. Querían que las dejáramos en paz, a solas.

Me hacía feliz que tuviera su propio espacio; sin embargo, no podía evitar sentirme triste del exilio en el que me encontraba. Siempre que regresaba a preparar la comida o a lavar los platos o la ropa, su semblante cambiaba drásticamente. Dentro era la de siempre, la que yo conocía, amable y altruista, tratando de cuidar todo y de todos; mi hermana me miraba como si estuviera loca cuando le decía que nuestra madre se tornaba gris al estar en el interior de la casa. Afuera siempre tenía su cabello despeinado por el viento, su piel brillando bajo la luz del sol y las plantas siempre fieles a su lado, eran sus compañeras, libres, ninguna mandaba a nadie y todas se amaban por igual. Honestamente, también sentía algo de envidia en ese entonces, me parecía injusto que después de tantos intentos y planes fallidos, yo nunca llegara a conocer esa parte de mi madre y ellas sí.

Dejé de lado nuestras diferencias cuando mi madre ya no se veía feliz en su jardín, primero comenzó con una planta de tomates que se achicharró, nadie le prestó atención porque sabíamos que el calor intenso a veces tenía esas consecuencias, pero después siguieron las hierbas de olor, las flores, el césped, los árboles y después, mi madre.

En la helada noche del funeral, mi hermana en un arranque de furia, me dijo que creía que el jardín se la había llevado, pero no, yo sabía que el jardín nunca le haría daño, nos estaba advirtiendo y nosotros no supimos interpretar las señales. Si mi madre lo conocía tan bien, ella debió de haber entendido el mensaje.

Todos los días la extraño y me arrepiento de no haber intentado más veces, de haberme rendido tan fácil cuando ella trató con muchas ganas de incluirme en su mundo, al menos sé lo que debo hacer ahora.

Cuando mi pequeña Magnolia despierta le preparo el desayuno y le doy su chocolate caliente, el café lo dejaremos para cuando sea mayor. Nos alistamos para salir y vamos al vivero que solía visitar mi madre, fui pocas veces y aun así el dueño logra reconocerme, me da todas esas plantas que ella solía comprar cada vez que iniciaba la primavera y regresamos a casa. Magnolia me ayuda a bajar las cosas menos pesadas de la vieja camioneta y emocionada va tocando todas las hojas de las plantas nuevas que acompañarán a los restos de las viejas.

Mi madre alguna vez me dijo que era muy difícil que todo muriera completamente, que siempre quedaban semillas y raíces, solamente debíamos de buscarlas bien.

Marlee Elizondo

Nació en Allende, Coahuila el 29 de abril de 2002. Actualmente, es estudiante de comunicación en la Universidad Autónoma del Noreste, cuenta con un ensayo en la página web de Somos Violetas titulado “Todas en algún momento hemos sido las falsas” y ha sido parte de clubes y talleres de lectura.

Diez pasos hacia un texto/Curso

Como sabes, ya está en preventa el libro «Diez pasos hacia un texto», un decálogo en el que las autoras de la Feria Nacional del Libro de Escritoras Mexicanas (FENALEM) comparten consejos de escritura para diferentes géneros de la literatura, y un cuento a manera de ejemplo.

Lo que no sabes es que, en torno a esta publicación, el Comité Organizador impartirá el curso “Diez pasos hacia un texto”, cada martes de 7 a 9 PM, del 20 de julio al 31 de agosto.

El costo es de $1,500 con libro digital incluido, pero si pagas antes del 12 de julio será de 1,300 pesos. Se deposita en

Santander a nombre de Ana Cristina Liceaga Ruiz
cuenta no. 60558305241
clabe 014180605583052417
tarjeta de débito Santander no. 5579 0701 2383 6499

Los temas y fechas son:

NombreTemaCuentoFecha
Patricia Bermúdez   Carla CejudoDecálogo del cuento   Decálogo para la creación de un personajeUna dulce muerte   Una familia de tantas20 de julio
Julia Cuéllar   Elsa D. SolórzanoDecálogo sobre el conflicto   Decálogo para redactar una ponencia para encuentros literariosNadie gana nunca   Feminismo y codependencia: María Lejárraga y Rosario Castellanos27 de julio
Jazmín García Vázquez   Cristina LiceagaDecálogo para escribir un cuento   Decálogo para saber si tu libro está listo para ser publicado.Magia negra   ¿Cómo supe que mi primera novela estaba lista para ser publicada?03 de agosto
Fanny Morán   Magdalena Pérez SelvasDecálogo para salir de la torre   Decálogo para escribir relatos de amor (platónico)La manzana que cambió la historia   Juana y Hernán10 de agosto
Alejandra R. Montelongo   Camelia Rosío Moreno GranadosArs de la invención narrativa   Ideas básicas para escribir un relatoGénesis     Cruces de esperanza17 de agosto
Maru San Martín   Perla SantosDecálogo del Monólogo   Diez ideas para ensayarAtrapada en el clóset   Falso talento24 de agosto
Guadalupe Vera   Marisol Vera Guerra  Decálogo de un cuento   Decálogo para escribir poesíaTelares   Inquilinos31 de agosto

Para cualquier pregunta o duda, favor de mandar un mail a escritorasmx@gmail.com

Nadia/Cuento

Por Silvia Tolentino Ángeles.

Era un martes a principios de noviembre, se aproximaba el día de Todos los Santos, nos encontrábamos en una habitación cuyos colores blancos y verdes la tornaban sombría, las ventanas eran enormes. Era tiempo de frío. Hacia el lado Este de la habitación se podía contemplar una vista panorámica de la ciudad, ahora me entero; sin embargo, para nosotras pasaba desapercibida. Una de las ventanas permitía ver a lo lejos una enorme estatua que se iluminaba todas las noches, pero no me detuve a contemplarla. No quería observar nada, no pensaba, quería salir de aquel lugar junto con Nadia, quien vestía una enorme bata blanca mate y permitía ver sus pies planos, blancos y desnudos, su pelo era desordenado, mantecoso, llevaba dos días sin bañarse, ambas necesitábamos bañarnos. Dormía en el piso, era una manera de redimir la culpa y pagar por mis pensamientos y sentimientos de no permitirle nacer.

Los susurros de las camas de un lado permitían saber que había otros niños, no sabía su condición, podía escucharlos, pero nunca hablamos, a pesar de ello me sentía acompañada, pues sabía entonces que mi presencia en ese lugar no era un castigo divino para mi sola. El ambiente estaba impregnado de incertidumbre. El olor a enfermedad estaba presente, la muerte nos ronroneaba.  

No había podido dormir las tres noches anteriores, dos en casa y una fuera de ella. Me sentía cansada, cuestioné a Dios, le hice una oferta sobre cambiar rol con mi hija, Nadia.

No comprendía cómo una niña tenía fuerza para no quejarse de las constantes intervenciones, se aferraba a la vida desde que supe que estaba embarazada. Todos los días me pedía que le contara cuentos y preguntaba por sus hermanos, incluso sobre la muerte, lo que hizo que retumbara todo mi cuerpo hasta sentir desmoronarme. Cada que Nadia tenía crisis aparecía de inmediato un sentimiento incesante de culpa por rechazar su llegada una vez que supe de su existencia en aquel consultorio donde el médico confirmó el embarazo hacía casi tres años. Estaba perdiendo la noción del tiempo, sentía que llevábamos semanas enteras y al mismo tiempo que los segundos eran minutos.

A pesar de que la respiración de Nadia era forzada y débil, tenía una petición incesante que todos los días me hacía saber:

—Cuando salgamos de aquí, quiero que me compres unas flores, un vestido y una corona.

Sus palabras inundaban mi mente con pensamientos catastróficos de muerte, que los comprimía en mi ser para no mostrar debilidad y mitigar el dolor que sentía al verla todos los días intentando respirar, sus abrazos eran tijeras que cortaban con ese miedo interminable de perderla. No quería mentirle, pero no podía decirle que no.

—Sí, cuando salgamos de aquí iremos por las flores, la corona y el vestido.

Una noche, ambas mirábamos, por aquella ventana del norte,descubrimos que aquello que se iluminaba era una enorme estatua de Cristo Rey, en la cima del cerro, temía que Nadia me preguntara “¿Qué era eso? ¿Por qué estaba ahí? ¿Quién la había puesto?”; no obstante, me arriesgué y la acerqué a la ventana ante su insistente petición. Nunca la había llevado a ninguna iglesia, había sido bautizada como protocolo social por parte de su papá para hacer fiesta. Solo me miró y dijo: 

—¿Qué es eso?

Traté de buscar las palabras más sencillas y comprensibles para ella sin emitir un juicio.

—Es la representación de Dios en la tierra, está para recordarnos lo frágiles que somos…desde allá arriba nos cuida. Todo este tiempo yo me había olvidado de Dios, le reclamé, pero aquellas palabras retumbaban en mis oídos; “lo frágiles que somos”.

“Recuerda que cuando salga de aquí, me comprarás una corona, unas flores y un vestido desde arriba yo te cuidare”, decía. Ahora sé por qué pedía una corona, unas flores y un vestido. Se veía hermosa, pálida, en su rostro se dibujaba una sonrisa, venció todo sufrimiento.


Silvia Tolentino Angeles, 
Tiene 38 años. Nació en Actopan Hidalgo. Soy Psicóloga de formación, por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con 10 años trabajando en la docencia en Educación Media Superior, de la misma universidad.  Maestra en Psicoterapia por el Instituto Carl Rogers y Pastelera por amor. Cada vez mas imperfecta, más libre y mas humana.  Escribir es mi terapia.

Presentamos “Diez pasos hacia un texto”

¿Te gusta escribir? Te presentamos “Diez pasos hacia un texto”, una antología que reúne textos de las organizadoras de la Feria Nacional del Libro de Escritoras Mexicanas (FENALEM). Se trata de un decálogo en el que las autoras comparten consejos de escritura para diferentes géneros de la literatura, y un cuento a manera de ejemplo.

Las 140 recomendaciones que contiene este libro no concentran la atención en los apuntes teóricos, aunque tampoco los descartan. Esta obra es, en todo caso, la propuesta reivindicada a través del ejercicio constante de la palabra escrita y traducido por sus ejecutoras, quienes acompañan las diez claves que utilizan con un texto creativo de su autoría. 

En torno a esta publicación, el Comité Organizador impartirá el curso “Diez pasos hacia un texto” cada martes, del 20 de julio al 31 de agosto. Las inscripciones se abrirán desde las plataformas de EscritorasMx.  Espera mayores informes.

La versión digital de Diez pasos hacia un texto digital cuesta $120 y se puede comprar en este link: https://amzn.to/3xnVLD3

La versión impresa cuesta $170, y estará a la venta próximamente en: escritorasmx@gmail.com Por preventa se está ofreciendo en 150 pesos.

El comité organizador de la FENALEM está integrado por: Patricia Bermúdez · Carla Cejudo · Julia Cuéllar · Elsa D. Solórzano · Jazmín García Vázquez · Cristina Liceaga · Fanny Morán · Camelia Rosío Moreno · Magdalena Pérez Selvas · Alejandra R. Montelongo · Maru San Martín · Perla Santos · Guadalupe Vera · Marisol Vera