Por Guadalupe Vera
“Antes de partir debemos recoger nuestros pasos”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase, sobre todo de los ancianos sabios? Definitivamente, no es una oración aislada, se ha convertido en un decreto. No sabemos cómo nos las ingeniaremos para recorrer nuestro andar cuando llegue el momento. Quizás sea una reacción instintiva, pero dentro de la bella narrativa de esta obra literaria, nos es sencillo acompañar, imaginar y visualizar, entre líneas, qué fue lo que vivió Horacio, uno de nuestros personajes principales, al recorrer junto con él las vivencias de sus antepasados, mismas que llevaba en la memoria, en la sangre y en las consecuencias de sus actos irracionales. He aquí, querido lector, un anecdotario vivencial que nos otorga conocimientos ancestrales, leyendas y la certeza de que no partiremos solos en ese recorrido final, sino que nos acompañará el viento.
Se sabe por diversos testimonios que, segundos antes de morir, nuestra vida pasa justo frente a nuestros ojos, en un espacio de la mente adormecida y visualizaremos memorias guardadas en un sueño silencioso que esperó a ser remembrado hasta ese momento, que sería el “último”.
Nuestra autora, en su narrativa, se hace acompañar del recorrido de personajes que se adentran en nuestra mente, de elementos surreales que, al parecer, todos compartimos en nuestra esencia, ya sea por remembranzas, por memoria colectiva o porque era un legado de nuestros antepasados abandonado en nuestra esencia para que no repitiéramos las mismas conductas. Ahí, en ese recorrido bellamente narrado con visitas a otros planos que permanecieron mudos en los ecos de la mente, nos permite acompañar y aceptar que a nosotros también nos llegará el día en que se abrirán las ventanas clausuradas de la mente y desearemos unirnos, junto con nuestras memorias, a un todo.
Tania Molina, durante cinco capítulos, nos lleva a través del recorrido de dos mundos y experiencias que sobre todo Horacio y su esposa Rosalba deben de compartir entre costumbres, creencias, maldiciones y la irrealidad que se hilvana durante el recorrido de la vida. Una sin otra, la realidad e irrealidad se vuelven secas, aburridas; sin embargo, al fluir entre los pasos de un México mágico, se complementan, son consecuencia de cambio y siempre de aprendizaje.
Horacio es un hombre de palabra que sabe trabajar, ha llorado cinco veces en su vida y han sido suficientes para saber cambiar el rumbo y también aceptarlo y rendirse, pero llega el día en que la neblina del pasado aparece para recordarle que existen aún recorridos que lo invitan a continuar, igual que a su antepasado Lauro, por otros senderos. Así, se encuentra con el momento en que las ventanas y las puertas de la mente se abren y dejan escapar la neblina que todos llevamos en los ojos. Es posible que se empareje una puerta para nosotros e identifiquemos miradas que creíamos haber olvidado. Dice Tania que es muy probable que nos sintamos como en casa, como la verdadera, aquella que alguna vez abandonamos y no recordábamos. Hay que estar atentos, pues el susurro del viento fiel, acompañante de nuestro recorrido, nos recibirá. Si ponemos atención es muy probable que lo escuchemos decir “¡Bienvenido a Blanca Peña!”.
Querido lector, sé tú también un fiel huésped de estas letras, créeme que desearás guardarlas en alguna ventana de tu memoria.